Tan a gusto en
aquel cuarto piso, con vistas al callejón que llamaste “nuestro”, porque decías
que almacenaba nuestras colillas, nuestras primeras bocanadas de aire por las
mañanas y el olor de nuestra ropa interior colgada en el balcón. Tan a gusto en
el cuarto piso, acurrucados en invierno, durmiendo en el suelo en verano bajo
nuestro cielo de sabanas. Que agradable era volver a casa y saber que es “casa
de verdad”, nuestro mundo con paredes y ventanas sin cortinas.
Un secreto vale lo que aquello de quienes tenemos que guardarlo
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