Un secreto vale lo que aquello de quienes tenemos que guardarlo

jueves, 27 de octubre de 2011

Reflexión de dos horas sobre la vida en general y sobre ti en particular







Yo me hubiera pasado toda mi vida entre tú nariz y tú labio, Daniel, perdida en esa inconstante sensación de no comprender por qué se puede estar tan a gusto en un situación tan incómoda, como es el vivir casi a punto de robarte el beso que guardas en el labio inferior. Sé que te lo robe muchas veces, ahora no sé cuantas, ni puedo contarlas, sabes que lo mío nunca fueron los números y mucho menos las ecuaciones que equivalen a ese proceso, solo sé que fueron muchas.

Ahora que se que te has ido, bueno eso ya lo sabía desde que te marchaste por la puerta, pero ahora que se que no vas a volver… y eso lo sé porque miró la estantería media vacía, al menos la parte derecha donde compaginabas tus manuales de medicina con las poesía de ese tal Pablo que tanto te gustaba recitar por las noches (nunca pensé que echaría de menos ese momento), pues que veo la estantería vacía y que ya no suena Bob Marley por las mañanas y que el geranio del balcón se está marchitando y no puedo hacer nada para revivirlo… ahora que se que te has ido y sé que no vas a volver pienso que tengo un poco de miedo. Ahora que se que no vas a volver, Daniel, no puedo evitar pensar que tengo que abandonarte, no por amarte o dejar de hacerlo, sabes que eso no fue nunca cuestión de debate, si no porque me estoy perdiendo a mi misma de tan poco comer, de tan poco vivir o de tan poca vida, no sé.
Ahora que se que no tienes intención de volver, empiezo a preguntarme donde estarás y te imagino en otro mar o sin ningún mar que mirar. Te imagino en Sevilla, arropado bajo las sombras de las minifaldas que recorren la ciudad aunque este casi llegando el otoño. Quitándote el pelo de la frente mientras te muerde con el colmillo derecho el labio inferior mientras te preguntas que podrás hacer ahora que ya has llegado. Te preguntarás porque te imagino allí, pero es que se que siempre quisiste ir y me gusta pensar que si ya no estás conmigo por lo menos serás feliz en otro lugar, que tienes una buena razón.

Sí que es duro, sí, pero no te diré que te echo de menos para evitar que puedas mirarme como me miras cuando me hablas de no sé qué rollo de los átomos o de que no se qué rollo de las hormonas. Sí, de esa manera, como si no tuvieras ya nada que desentrañar de mi, como sí ya me conocieras, no quiero que me mires como si estuviera vacía y dejar de sentir que te brillan los ojos al despertarte todas las mañanas. Eso será solo si vuelves.
Yo me hubiera pasado toda mi vida entre tu nariz y tu labio superior, Daniel, pero no me dejaste ni tan siquiera demostrártelo.
Te quiero.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseo Cristina, cumpleaños feliz BIEEEEEEEEEEENNN



Llamarte desde un locutorio nunca fue mi plan perfecto, este tampoco lo es...



Aun me acuerdo del día del que entro en mi vida y decidió quedarse indefinidamente para intentar hacerla un poco mejor día tras día, porque verán ella es libra por lo cual aseguró convertirse en mi balanza para desequilibrar las locuras y equilibrar los malos momentos. Nunca podré olvidar ese día ni los muchos que los siguieron, sus risos se convirtieron en un bucle infinito que nos llevaba siempre a imaginarnos un futuro que creíamos posible pero que se convirtió en imposible llevándosela a cinco horas de diferencia de aquí.




MARINA


Hace ya ahora veinte años creo recordar en un pueblo de Galicia apareció tras una curva bastante pronunciada un coche rojo. Dentro de ese coche rojo había tres personas: mamá, papá y Marina. Tendría ella entonces once años recién cumplidos, su piel era blanca, casi tranparente y sobre su frente descansaban unos risos morenos llegando casi a tapar sus ojos, de un marrón intenso. Miraba el mar con la boca abierta y sonreía con la inocencia que les faltaba a los otros dos adultos que ocupaban los dos asientos delanteros del coche y que apenas se habían dado cuenta de que el mar no se distinguía del cielo, de que las gaviotas sobrevolaban la costa, de que las olas les daban la bienvenida y de aquel velero que zarpaba mar adentro.
- Mira mamá el barco se llama como yo.
- Cariño ahora no puedo mirar- dijo la madre sumergida entre miles de mapas y caminos y folletos y facturas e ilusiones todas puestas en encontrar aquel pueblo.
Llegaron a eso de las dos de la tarde, comieron en una cafetería del barrio y cuando por fin llegaron a la casa ya serían las cinco de la tarde y el camión de mudanzas estaba frente a la puerta con las miles de cajas que quedaban por descargar.
Cuando la noche llego al pueblo más o menos y ya habían logrado que la casa fuera habitable decidieron ir a dar un paseo por la playa y cenar en el único restaurante, aquel que ofrecía la el mejor marico de toda Galicia y por el cual pasaban miles de turistas en verano y nadie en invierno, tuvieron suerte, era doce de octubre y el restaurante presentaba un ambiente un tanto desolado.
Se sentaron en una con vistas a la playa y la dueña se les acerco para al fin preguntarles que deseaban de comer. Fue preguntando uno por uno, y cuando llego a Marina la sonrisa se le borro de la cara, apunto con rapidez los pedidos y volvió rápido a la cocina con la cara blanca y farfullando “dios mío” tan bajito que tan solo ella podía oírse.
- Hoy ha sido un día muy raro- dijo la madre y tenía razón, aquella escena se había repetido aquel día siempre que alguien fijaba su mirada en la niña.
- Vamos a no darle importancia, mañana será otro día- dijo el padre.
Marina miraba por la ventana y vio aparecer otra vez aquel velero que llevaba su nombre, lo siguió con la mirada, giró la cabeza y dijo bien alto.
- Mamá mira otra vez el velero con mi nombre.
- Allí no hay nada, cariño.
Las olas rompían en la playa y donde antes estaba el velero no quedaba más que el reflejo de un cielo oscuro y sin luna.
- Mamá puedo ir a jugar a la playa mientras.
- Claro, pero no tardes en volver, no te pierdas mucho te estaremos vigilando desde aqui- pero no lo hicieron.
***



Los primeros pasos que dio sobre la arena le parecieron inolvidables, era la primera vez que notaba ese tacto áspero bajo sus pies. La noche estaba un tanto oscura pero no importaba, ella quería jugar, hacer castillos y creerse la princesa de su propio cuento, pero sobre todo quería recoger conchas.
Le había dicho que las conchas guardaban el susurro del mar, sus más profundos secretos y miedo, que en las conchas vivían las sirenas y los sueños de los navegantes que se habían adentrado en ellos. Ella quería una concha fuera como fuese y fue entonces cuando vio las rocas del acantilado y lo puntos blancos que brillaban en ella.
- Allí encontraré mis tesoro- dijo poniendo voz de pirata, riendo y echándose a correr.
***


La cena llego a la mesa antes de lo previsto y fue entonces cuando la madre miró a la playa para avisar a Marina de que ya era hora de volver. Marina no estaba en la playa.
- ¿y la niña?
- ¿no la vigilabas tú?
Entonces se levantaron los dos de la mesa y se miraron fijamente a los ojos, la niña no estaba y era culpa de ellos, la niña no estaba…
- ¿Qué pasa?- pregunto la dueña del restaurante.
No dio tiempo de responder, bajaron directamente a la playa en busca de Marina.
- Hoy es doce de octubre y noche sin luna, la marea está subiendo y su hija… eso no importa, pero una vez la encuentren llévensela lejos de aquí- dijo la señora, pero no la escucharon.



Continuará...

viernes, 7 de octubre de 2011

It is a wild world, es hora de reinventarse en positivo


Hoy me propusieron que hiciera un trabajo y era describirme a mi misma en una página en blanco. Comenzaron entonces las clásicas dudas de si a lo mejor no cabía todo en una sola página, eso lo dijeron los que creen conocerse mucho, y otros, los que fingen no conocerse nada empezaron a hacer bromas a ver si así conseguían seguir mintiéndose un poco más a ellos mismo. A mí no se me ocurrió ni una sola palabra, me vi frente al papel, con el boli big azul en la mano presionándome y la hoja mirándome con sus miles de cuadros blancos, esperándome. No puedo definirme ahora, no puedo, me he perdido entre Madrid y Boston un poco, estoy como reinventándome y cuesta, da dolor de cabeza. Las presiones, el “tú antes no eras así” claro que no, claro que no, por supuesto que no, yo no era así antes porque antes no me habían jodido tanto, porque antes yo podía mirar mis sueños e imaginarme en ellos y ahora no tengo sueños en los que imaginarme porque no tengo dinero y los sueños son muy caros, cuesta empezar a conformarse. Bueno pues cojo el boli que me pesa en la mano, la mano que me tiembla y escribo “a mi me suelen describir como una persona madura y que tiene las cosas claras” así se me describe por una parte de Madrid, por la mari tere, teresuchi. Por otro lado pienso en Andrea y en cómo me describiría ella por su parte de Madrid y recuerdo las veces que me ha llamado linda en la última semana y lo escribiría en el papel pero me da vergüenza por si lo leen en el alto. Mi niñita de Boston ya se yo como me describiría “cabezota y caprichosa” y si que puse lo primero y no lo último ya que no lo pienso así. ¿Qué hago?¿Describir mi yo pasado o el qué se está formando? Echar de menos es complicado y aun más si no solo se echa en falta una risa si no tres, y cuando empiezas a olvidar como suenan o como te hacían sentir es cuando algo se resquebraja un poco y piensas que ya es hora de marcharte a ver un poco de mundo y dar un paseo por la gran vía o fumarse un cigarro en el muelle del campus. Y ojala pudiera contárselo mientras ellas se toman un café y yo una coca-cola, porque el café no me gusta. Ahora solo sé que tengo hambre, sueño y ganas de ellas.

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