Un secreto vale lo que aquello de quienes tenemos que guardarlo

lunes, 3 de enero de 2011

El circo del día rojo




Definió por primera vez Audrey Hepburn, disfrazada de Holly en desayuno con diamantes, lo que era un día rojo, creo recordar que dijo que los días rojos eran terribles, que de repente se tenía miedo y que no se sabía por qué y hoy me he encontrado de frente con uno de esos días.
Hoy me he dado cuenta de que las calles en los días rojos son como un circo, un circo en los que los payasos no sonríen y pierden el día entre colillas de cigarrillo, un circo en el que los lanzadores de cuchillos nunca aciertan y en el que los equilibristas perdieron el equilibrio hace ya mucho tiempo. Es un circo en el que los leones duermen eternas siestas encerrados en sus jaulas y en el que los tigres no son más que gatos que ronronean a la sombra de la carpa. En este circo nunca pasa nada interesante, no es más que una feria de tarados que no tienen nada de especial, en él ya no existen malabaristas porque estos se han cansado de pasarse la vida girando inútilmente cosas sobre sus cabezas, así que las robaron y se fueron con ellas. En este circo los magos rebelan sus trucos antes de sacar las cartas y los sueños parecen escaparse por los miles de agujeros de la carpa que ha perdido el color.
En el centro de todo este triste panorama se levanta incansable un señor con sombrero de copa, un señor al que no puedo verle la cara, el titiritero de todas aquellas marionetas rotas, el encargado de volver a dar vida a todo ese engranaje y yo simplemente le pregunto ¿Quién eres y por qué sigues luchando? Y me preparó para oír una de las mayores verdades jamás dichas:
No todos los días son rojos.
Me levantó de mi asiento y me voy dispuesta a cambiar aquel día de color.


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