Un secreto vale lo que aquello de quienes tenemos que guardarlo

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseo Cristina, cumpleaños feliz BIEEEEEEEEEEENNN



Llamarte desde un locutorio nunca fue mi plan perfecto, este tampoco lo es...



Aun me acuerdo del día del que entro en mi vida y decidió quedarse indefinidamente para intentar hacerla un poco mejor día tras día, porque verán ella es libra por lo cual aseguró convertirse en mi balanza para desequilibrar las locuras y equilibrar los malos momentos. Nunca podré olvidar ese día ni los muchos que los siguieron, sus risos se convirtieron en un bucle infinito que nos llevaba siempre a imaginarnos un futuro que creíamos posible pero que se convirtió en imposible llevándosela a cinco horas de diferencia de aquí.




MARINA


Hace ya ahora veinte años creo recordar en un pueblo de Galicia apareció tras una curva bastante pronunciada un coche rojo. Dentro de ese coche rojo había tres personas: mamá, papá y Marina. Tendría ella entonces once años recién cumplidos, su piel era blanca, casi tranparente y sobre su frente descansaban unos risos morenos llegando casi a tapar sus ojos, de un marrón intenso. Miraba el mar con la boca abierta y sonreía con la inocencia que les faltaba a los otros dos adultos que ocupaban los dos asientos delanteros del coche y que apenas se habían dado cuenta de que el mar no se distinguía del cielo, de que las gaviotas sobrevolaban la costa, de que las olas les daban la bienvenida y de aquel velero que zarpaba mar adentro.
- Mira mamá el barco se llama como yo.
- Cariño ahora no puedo mirar- dijo la madre sumergida entre miles de mapas y caminos y folletos y facturas e ilusiones todas puestas en encontrar aquel pueblo.
Llegaron a eso de las dos de la tarde, comieron en una cafetería del barrio y cuando por fin llegaron a la casa ya serían las cinco de la tarde y el camión de mudanzas estaba frente a la puerta con las miles de cajas que quedaban por descargar.
Cuando la noche llego al pueblo más o menos y ya habían logrado que la casa fuera habitable decidieron ir a dar un paseo por la playa y cenar en el único restaurante, aquel que ofrecía la el mejor marico de toda Galicia y por el cual pasaban miles de turistas en verano y nadie en invierno, tuvieron suerte, era doce de octubre y el restaurante presentaba un ambiente un tanto desolado.
Se sentaron en una con vistas a la playa y la dueña se les acerco para al fin preguntarles que deseaban de comer. Fue preguntando uno por uno, y cuando llego a Marina la sonrisa se le borro de la cara, apunto con rapidez los pedidos y volvió rápido a la cocina con la cara blanca y farfullando “dios mío” tan bajito que tan solo ella podía oírse.
- Hoy ha sido un día muy raro- dijo la madre y tenía razón, aquella escena se había repetido aquel día siempre que alguien fijaba su mirada en la niña.
- Vamos a no darle importancia, mañana será otro día- dijo el padre.
Marina miraba por la ventana y vio aparecer otra vez aquel velero que llevaba su nombre, lo siguió con la mirada, giró la cabeza y dijo bien alto.
- Mamá mira otra vez el velero con mi nombre.
- Allí no hay nada, cariño.
Las olas rompían en la playa y donde antes estaba el velero no quedaba más que el reflejo de un cielo oscuro y sin luna.
- Mamá puedo ir a jugar a la playa mientras.
- Claro, pero no tardes en volver, no te pierdas mucho te estaremos vigilando desde aqui- pero no lo hicieron.
***



Los primeros pasos que dio sobre la arena le parecieron inolvidables, era la primera vez que notaba ese tacto áspero bajo sus pies. La noche estaba un tanto oscura pero no importaba, ella quería jugar, hacer castillos y creerse la princesa de su propio cuento, pero sobre todo quería recoger conchas.
Le había dicho que las conchas guardaban el susurro del mar, sus más profundos secretos y miedo, que en las conchas vivían las sirenas y los sueños de los navegantes que se habían adentrado en ellos. Ella quería una concha fuera como fuese y fue entonces cuando vio las rocas del acantilado y lo puntos blancos que brillaban en ella.
- Allí encontraré mis tesoro- dijo poniendo voz de pirata, riendo y echándose a correr.
***


La cena llego a la mesa antes de lo previsto y fue entonces cuando la madre miró a la playa para avisar a Marina de que ya era hora de volver. Marina no estaba en la playa.
- ¿y la niña?
- ¿no la vigilabas tú?
Entonces se levantaron los dos de la mesa y se miraron fijamente a los ojos, la niña no estaba y era culpa de ellos, la niña no estaba…
- ¿Qué pasa?- pregunto la dueña del restaurante.
No dio tiempo de responder, bajaron directamente a la playa en busca de Marina.
- Hoy es doce de octubre y noche sin luna, la marea está subiendo y su hija… eso no importa, pero una vez la encuentren llévensela lejos de aquí- dijo la señora, pero no la escucharon.



Continuará...

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