Un secreto vale lo que aquello de quienes tenemos que guardarlo

viernes, 24 de junio de 2011

Colgados como en las películas, viviendo rápido para no pensar



Recuerdo perfectamente que todos los días a las 19.36 aquel gato de verano con ademanes de gran señor se paraba delante del apartamento 306 y miraba fijamente el pomo dorado de la puerta de madera. Pasaba largos minutos allí, pero nadie sabe a un qué era lo que pensaba cuando miraba con aquellos ojos verdes, pero verdes extraños, con motas de chocolate flotando en ellos. Se sentaba él allí esperando a que de un momento a otro el amor llegará y le llenará de besos y de arrumacos, por que vale que digan que los gatos son ariscos, pero este gato era especial y le gustaba el cariño incluso más que el ruido de los relojes que siempre le recordaba al latido de un corazón, cosas de gatos. Aquel gato de verano andaba y paseaba su raquítica escultura por los patios y los pasillos del complejo moviéndose de un lado a otro con una gracia y una destreza inigualables, yo lo observaba desde la ranura de mi ventana del apartamento 309, me fascinaba aquel animal que a fuerza de llamarlo independiente se había vuelto un enamoradizo, que de tanto que le decían que los gatos no soportaban el agua, adoraba pasarse horas chapoteando en la orilla de la playa. Él era un gato de verano, pero un gato de verano diferente de los demás y todos eso se podía leer en cada una de sus huellas que iba dejando siempre que encontraba cemento que estuviera a punto de cercar.
- Te he dicho millones de veces que no me gusta que me llames gato de verano.
- Y yo a ti otras mil que no puedo evitarlo, eres igual que un gato de verano.
- ¿Enserio me espiabas tras las ranuras de la ventana?
- ¿Enserio te sorprende?

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