Todo empezó en
esa caravana blanca entonces y que decías
que te daba ganas de gritar por la ventada que eras libre. El brazo
izquierdo quemado por el sol y palabrotas en el parabrisas, orgasmos en el
asiento de atrás. Prometiste no leerme el futuro nunca más en los posos de café
y yo deje de quejarme del calor y me acostumbre a acurrucarme de noche junto a
ti en agosto. No me importó que no hubiera una meta porque jugamos a pensar
que no existe el final, el frio de noruega nos congeló los desayunos y el sol
de Turquía nos devolvió la vida entre humo de shisha y palabras que sonaban a
lejos. Tu risa era mi horizonte y tus dimensiones paralelas mi único incentivo
de vivir, dicen que si tu felicidad depende de otra persona ya te puedes dar
por perdido, pero compartir mi felicidad contigo es y será siempre la mejor decisión
que he tomado en mi vida. Ahora lees ese libro de la India y me dices: “cariño
nosotros somos como los Sadhus, dicen aquí que viajan buscando la iluminación”
me sonríes y pienso que yo puede que esté muy cerca de encontrarla.
Pensé que no te
podía querer más aquella vez en Madrid en la que en vez del dni nos pidieron
tres poemas para entrar en aquel bar en el que a ti te llamaban por tu nombre y te invitaban a cervezas,
ahora sé que si se puede y que aquellos poemas no son comprables con los que
escribes cuando unes los lunares de mi espalda.
No me importa el
donde si estoy contigo. como dijo Jack Kerouac, “nuestras maletas estaban una
vez más amontonadas en la acera; teníamos mucha carretera por delante. Pero no
importaba. La carretera, es la vida” y nosotros estamos más vivos que nunca.
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